Adele Bloch-Bauer era una gran admiradora del arte de Klimt y no dudó en posar una segunda vez para el pintor, cinco años después del primer retrato. En esta ocasión la pinta de pie -Adele no se sintió muy satisfecha en el anterior retrato al aparecer sentada- recortada su esbelta silueta sobre un fondo inspirado en la pintura oriental decorado con flores y figuras chinas, continuando con las notas decorativistas en sintonía con los trabajos de esta época -véase La virgen-. La modelo mira al frente y viste un ceñido traje adornado con una larga estola de piel que se ajusta a su cuerpo para llegar hasta el suelo, semejante a los arabescos al dominar la línea ondulada. La principal novedad la encontramos en el color y la libertad en su aplicación que manifiesta el artista, apreciándose influencias de los fauvistas y del joven Matisse. Incluso podemos hablar de cierta referencia cubista al buscar la geometría en algunos elementos de la pared, como si cada uno de ellos -incluida la propia figura de Adele- tuviera autonomía propia y estuviéramos ante un puzzle.En el rostro de la dama podemos apreciar de manera perfecta la descripción que de ella hizo su sobrina Maria Altmann: “Enferma, sufriente, siempre con dolor de cabeza, fumando como una chimenea, terriblemente frágil, oscura. Un rostro espiritual, delgada, elegante. Complaciente, arrogante”.
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